Tiempo

Mauricio Ventanas nos comentó lo siguiente sobre «Tiempo»:
Con lo imposible que me resulta comentar mi propia obra, ruego a Dios que el lector me crea, que para apreciar «Tiempo» vale más su propia imaginación que la mía. Cabe mencionar que este cuento es parte de una colección llamada Las Muertes Normales, dedicada a las emociones e ilusiones de vivir, morir y transfigurar. «Tiempo» nació de una canción también mía, llamada «Mientras Caemos». Supongo que cuando canto esa canción ya estoy casi convertido en un «ligero pocito», porque en ella recuerdo el momento de soltar a mi primera amada, y añoro poder volar para llevarla de vuelta al cielo. Aunque parece incongruente, me reconforta pensar que pude escribir el cuento «después» de «caer» en la canción, como si hubiera sido capaz de volver a vivir. Pero sobre todo me hace feliz sentir que, aunque la carta con la idea quedó inconclusa, tuve la suficiente esperanza para dejarla «flotando». Me alegra imaginar que, algún día, alguien pudiera completar mi proyecto del «pequeño paracaídas». Y ¿quién sabe? Tal vez gracias a eso es que estamos aquí.
tiempo


Cuento de Mauricio Ventanas, Costa Rica © 1997
Estás en un lugar donde la gente cae del cielo pero a millones, como la lluvia, para estrellarse en la tierra dejando una huella lejana. Un ligero pocito que luego se evapora y se va borrando con los demás. Y si te apuras a leer tendrás tal vez una idea de lo que es la vida y cuánto dura.
— ¡Pero Corre!

No releas. Espero que vayas flotando y si vas cayendo suelta esta hoja rápido, que ya no te sirve de nada, tú sabes. Cuando recién has nacido y te acaban de soltar, no sabes nada y estás feliz. Feliz flotando, todo inconsciente y tranquilo, porque no pesas y no entiendes por qué tanta gente cayendo, que te trata de mirar y decirte algo desesperadamente, o choca contigo y te arrastra…
— ¡Cuidado!

Tú sigues subiendo, pero empiezas a mirarlos también y a pensar un poco. No sé si es así como vas ganando peso, pero no importa. El asunto es que pronto ya estás arriba en el cielo, donde un ángel te deslumbra y te lo dice:
— 3 minutos.

No sabes qué significa porque no conoces el tiempo. Pero ya te irás enterando, cuando empiezas a caer y caer, y la velocidad te asusta y te abre los ojos. Lo que hace la gente es que extiende mucho los brazos y las piernas, y con eso se baja un poco la velocidad terminal. Pero eso no te sirve de nada, porque igual caes. Y total si uno sigue así llega al suelo de todas formas, sólo que sin ser nadie. Sin dejar nada, como si fuera un pequeño callejón sin salida para la eternidad, que se devuelve y busca otro camino por entre las cosas o los bebés que los demás dejan flotando.

Tú rápido busca algo qué ser —que no sea pianista porque nadie lo ha logrado. Lo mejor es lo que hacen casi todos: buscarse una pareja…

— ¡Pero rápido!

… y dejar unos niños flotando. Dos o tres, no más, que no hay tiempo y sería una pena estrellarte con uno en brazos. Los que encuentran su pareja se le aferran con todo, la besan y le hacen el amor muy fuerte. No importa que así se aceleran como piedras y la muerte les zumba en los oídos. Cuando terminan tienen un niño en los brazos, que es lo más lindo. Quisieran decirle algo, pero ¿qué le vas a decir en quince segundos? Casi nada va a aprender. Lo que haces es mirarlo y abrazarlo, llorando y con exageraciones de amor para que flote más —y así también son más felices. Pero si no pasa esto es que tu pareja no te sirve o tú no le sirves y la tienes que soltar pronto, buscar otra —pero rápido, porque ya no tienes más de treinta segundos— y volver a intentar hasta que lo logras. Luego te separas por fin un poco para respirar.
— Suéltalo ya.
— ¡Que lo
sueltes,
te digo!

La mayoría siempre trata de hacer por lo menos un niño más, porque si no baja la población, pero eso depende de la época. Yo creo que en los atardeceres nace menos gente, porque todos sueñan o tardan demasiado haciendo el amor. O total no les alerta nada, distraídos con la belleza del sol y las nubes, y muchos se mueren con la ilusión de que el esplendor ha detenido el tiempo. Pero al final ya no importa. De todas formas casi siempre quedan unos cuantos segundos para pensar, aunque el suelo está tan cerca y te busca tan veloz y engrandecido que verdaderamente sientes miedo.

Todos quieren pensar una manera de sobrevivir la tremenda caída. Yo —por ejemplo— anhelo que hubieras leído primero el final, porque el principio ahora ya lo sabes. Y que tuvieras tiempo de hacer algo con esta idea que me acaba de venir, de que todas las madres les dieran a sus hijos unos cuantos de sus más largos y ligeros cabellos («¡Oh, Dios!»). Luego cada niño se lo llevaría con él al cielo. Así cuando hubiera bastantes, alguien o entre todos, poco a poco, podrían tejer un pequeño paracaídas para que alguno pudiera llegar seguro al suelo y luego correr por toda la tierra y escribir un gran mensaje que se pudiera ver desde arriba con las in…

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